Si por algo se caracteriza y se conoce Nepal es por las múltiples opciones de trekking que ofrece. Uno de los más concurridos es el que se dirige al campo base del Everest; nosotros elegimos compartir parte del recorrido de este y desviarnos después para continuar hasta el Gokyo Ri, una montaña de
La contrapartida era la pregunta de todo el mundo cuando les contábamos cuál era nuestro destino: “Only Gokyo Ri?”.
Vuelo a Lukla, punto de partida
Salimos en furgoneta desde nuestro hotel en Katmandú, un poco después de las seis de la mañana, rumbo al aeropuerto Tribhuvan para volar a Lukla, punto de inicio de nuestro trekking.
Nunca deja de sorprenderme el caos de lugares como este, la terminal nacional del aeropuerto de Katmandú. Nos pesaron las 8 mochilas juntas, se quedaron con nuestros billetes y nos enviaron a pagar 170 rupias (las tasas) a una ventanilla al extremo contrario de lo que, más que una terminal, parecía un gallinero. Recuperamos los billetes, nos dieron los resguardos del equipaje y pasamos después por el control y el cacheo, una mujer para las mujeres, un hombre para los hombres. Uno de nosotros, no diré quién, quiso cargar el móvil en un enchufe junto a unos fregaderos donde lavaban grandes cacerolas y, en ese preciso momento, toda la sala de espera se quedó sin luz. ¿Casualidad?
Subimos a una avioneta de unas catorce plazas de la compañía Tara Air, penando por no haber sido tan rápidos como nuestros compañeros de viaje, que ya habían elegido los asientos en el ala izquierda para poder disfrutar de las mejores vistas del Himalaya. Un par de sustos al estómago y un caramelo después, gracias a una azafata que parecía un pez fuera del agua en aquel diminuto aparato, llegamos a Lukla. Las imágenes hablan por sí solas del que es considerado por algunos como el aeropuerto más peligroso del mundo.
El Aeropuerto de Lukla cambió su nombre por el de Aeropuerto Tenzing-Hillary en honor de Sir Edmund Hillary y el sherpa Tenzing Norgay, las primeras personas en alcanzar la cumbre del Monte Everest. Su pista, que mide 450 metros, tiene en uno de sus lados un muro y en el otro, un acantilado.
Increíble, pero a pesar de que todos los indicios hacían sospechar que nuestras mochilas no llegarían a su destino, lo hicieron. Me encantaría saber cuál es la probabilidad de perder las maletas en Nepal y en España para poder comparar…
Y a caminar.
Primer día, de Lukla a Phakding
Lukla es una ciudad de la región de Khumbu, al este de Nepal, y a 2.860 metros de altura, desde donde parte la gran mayoría de los trekking por el Himalaya.
El paisaje de la montaña nepalí es espectacular. El camino, de piedras, está rodeado de árboles y arbustos (algunos me recordaron a las fotinias que había plantado ese año en casa y podían ser, porque crecen en regiones de Asia), casas de colores que forman pueblos acogedores, montañas que acaban en picos nevados, ríos azules que parecen recién pintados. Cruzamos puentes colgantes impresionantes, junto a porteadores que lo mismo cargan 60 kilos de cerveza que cuatro mochilas, peso que no les deja levantar los ojos del suelo.
El paisaje de la montaña nepalí es espectacular. El camino, de piedras, está rodeado de árboles y arbustos (algunos me recordaron a las fotinias que había plantado ese año en casa y podían ser, porque crecen en regiones de Asia), casas de colores que forman pueblos acogedores, montañas que acaban en picos nevados, ríos azules que parecen recién pintados. Cruzamos puentes colgantes impresionantes, junto a porteadores que lo mismo cargan 60 kilos de cerveza que cuatro mochilas, peso que no les deja levantar los ojos del suelo.
Después de un par de paradas para comer y descansar un poco, y de pasar Phakding, decidimos alojarnos en una casa solitaria al lado del camino, con un montañero que nos contó que había subido dos veces el Everest, su mujer y Eric, un pequeñín goloso de tres años. La cena que nos prepararon compensó la caminata con creces: sopa de tomate y setas, momos deliciosos (una empanadilla rellena con diferentes ingredientes, como carne o verduras), espaguetis y tortilla de queso.
Segundo día, de Phakding a Namche Bazaar
Nada como empezar el día con un buen desayuno: unos chapatis (pan indio hecho de una masa de harina integral, agua y sal) con, por ejemplo, mermelada de naranja y miel.
La subida era dura. Al principio, parecía que tras cada cuesta el camino te iba a dar un respiro, pero nada de eso. Aprovechamos la parada obligada para pagar la entrada al Parque Nacional de Sagarmatha (1.000 rupias, independientemente del tiempo que vayas a estar) para juntarnos y almorzar. Antes de salir de Katmandú, habíamos comprado un permiso denominado TIM (Trekkers’ Information Management System), por el que te registran como senderista, la ruta que vas a hacer y el tiempo que vas a emplear.
El río que cruzamos después me fascinó, ¡qué color! Igual que las montañas nevadas que, de vez en cuando, se asomaban entre las nubes. Una cuesta interminable llegó de repente y sin descanso. Nos separábamos y nos volvíamos a juntar, hasta que alcanzamos Namche Bazaar, la capital comercial de la región de Khumbu, y la terraza que daba la bienvenida a los caminantes.
Elegimos un alojamiento en la vía principal (Kala Pathar), ocupada por multitud de puestos con todo tipo de productos. 300 rupias la noche en habitación doble y otro tanto por la ducha, el lujo de la ruta.
Nos costó salir de Namche. Que si yo compro pan, que si yo, queso, que si cambio euros por rupias (aquí es el último lugar en el que podrás hacerlo hasta el final del trekking), que si por aquí o por allí. El inicio fue exigente, aunque luego disfrutamos un buen rato de llanear entre árboles y montañas, y de la aparición del Ama Dablam. Cuando empezó la subida de verdad, ya no había marcha atrás.
Elegimos seguir vía Tengboche, en parte, por aclimatarnos a la altura, y en parte, por visitar este lugar y su monasterio. En un principio, creíamos que tendríamos que desandar luego lo andado hasta Namche y tomar otra ruta hacia Gokyo, pero nos confirmaron un camino alternativo que habíamos descubierto cuando preparábamos el viaje gracias a Google Earth y que evitaba la vuelta.
Fueron más de 500 metros de desnivel. Los yaks, y algún caballo, nos pasaban una y otra vez. A media mañana, llegamos al cruce que señalaba la dirección a Gokyo y a Tengboche, de donde nos separaban dos horas. Una vez cruzado el río, todo fue subir y subir. El que parecía el mejor aclimatado del grupo seguía a un porteador con tres balas de hierba sin parar ni un segundo, y yo le seguía a él. A menos de doscientos metros del final de la jornada, la última curva nos dejó ver un templo que anunciaba Tengboche, y la primera gran vista del Everest.
Dejamos los bártulos en la Himalayan House (5 dólares la habitación doble), que nos habían recomendado en el alojamiento de Namche, y nos sentamos a comer con vistas a las montañas más altas del mundo. Nos dedicamos después a contemplar el monasterio, colorido como pocos, los dibujos de dioses y sus formas diferentes… Si queríamos ver el interior, había que levantarse para asistir a misa a las 7 de la mañana.
Cuarto día, de Tengboche a Phortse Thanga
El ruido de pasos en la madera del piso superior me despertó antes de las seis de la mañana, así que no tuve excusa para no acudir a la misa que se celebraba en el monasterio. Los monjes estaban sentados sobre tarimas, con mantas, mientras tomaban el té entre rezo y rezo. Algunos se permitían bostezar, otros miraban de reojo a los turistas, otros llegaban tarde… Gestos muy humanos que restaban mística al momento.
Casi tres cuartos de hora después, finalizaron los rezos y los monjes salieron en tropel al sol, mientras se estiraban. Nosotros hicimos lo propio, que allá donde fueres… Los síntomas del mal de altura provocaron que dos personas del grupo regresaran a Namche; antes de separarnos, nos hicimos una foto de despedida.
Y de nuevo en ruta. El encargado del hostal en el que nos alojamos nos acompañó hasta el inicio del camino que nos llevaría a Phortse Thanga, el final de la ruta del día. En teoría, 40 minutos de bajada hasta el río y media hora de subida, que se alargó un poco más… Al llegar, otra persona más del grupo tomó el camino de regreso a Namche por otra vía.
Quinto día, de Phortse Thanga a Luza
Por la mañana, calorías en forma de torta con azúcar y un té de menta, para empezar una subida más. Mi fuerza de voluntad se rebelaba y se negaba a seguir andando. No ayudó que se nos echaran las nubes encima ni que nos trajeran agua nieve. Yo solo quería llegar.
Paramos en una casa en Luza, Khang Tega View Lodge. Una habitación enorme, con una cama grande y un gran ventanal (100 rupias), heladora, claro… así que mejor pasar el tiempo en el comedor, con una buena estufa, y almorzar una deliciosa y calentita sopa de lentejas (dhal).
Dimos un breve paseo por la zona, hasta otro alojamiento. Pero lo más divertido del día, para algunos, fue el tête à tête de un compañero con un yak, mientras otro le incitaba a acercarse “porque no cabía en el vídeo” y la señora que nos alojaba nos decía, a los que contemplábamos la escena desde el comedor, a salvo y riendo, que ese era el más peligroso de sus yaks, que se alejaran. Todo terminó sin heridas… físicas.
Sexto día, llegada a Gokyo
Madrugamos algo más que los demás días, para andar hasta Gokyo, un pueblo formado básicamente por casas que alojan a quienes planean subir el Gokyo Ri (5.360 m ), un pico desde el que se ven varios ochomiles, el Everest, el Lhotse, el Makalu o el Cho Oyu.
Una señora salió a nuestro encuentro para ofrecernos habitación en el Gokyo Lake Side Lodge: no nos la cobraría si, a cambio, comíamos en su restaurante. Lo mejor del lugar, las vistas al lago y a nuestra cumbre.
Séptimo día, cumbre del Gokyo Ri
Mi primer cinco mil. No sé si será el único o si me atreveré con mayores alturas. No me atrae el sufrimiento que exige ascender las montañas más altas del planeta, pero me encantó andar por la cordillera del Himalaya.
Parecía que el sol iba a calentar nuestra subida, pero nos engañó. Se nubló y eso impidió, además, contemplar las vistas desde la cumbre. Aun así, nos quedamos más de dos horas esperando que se abriera algún claro. El Everest y el Cho Oyu se resistieron a dejarse ver, pero las montañas que descubrimos entre las nubes eran espectaculares.
Pasamos la tarde en el comedor de nuestro alojamiento, jugando con la hija de los dueños y viendo las fotos del tiempo que llevábamos de viaje.
Octavo día, de Gokyo a Phortse Tanga
Abandonar Gokyo nos costó. Los montañeros más aguerridos se volvían, paso sí, paso también, a despedir al Cho Oyu, que entonces sí podíamos ver porque las nubes habían desaparecido, soñando con volver con esa cumbre como meta.
En unas tres horas nos plantamos de nuevo en Luza y tomamos el té con quienes nos habían alojado hacía dos días. Y vuelta al camino, hasta Portshe Tanga.
Lo mejor de estos días, después de las caminatas, era sentarse con los amigos alrededor de una mesa y disfrutar de historias pasadas y sueños futuros.
Noveno día, de Phortse Tanga a Namche
Noveno día, de Phortse Tanga a Namche
No deshicimos exactamente el camino andado, sino que volvimos vía Khumjung, pasando por un monasterio que no lo parecía… Más bien era una tienda con terraza, una estupa y, subiendo un poco más, otra tienda con su respectiva terraza. Lo peor del camino elegido, las escaleras, unas rocas y piedras pequeñas en una pendiente muy pronunciada.
Khumjung me sorprendió, con sus tejados verdes y su animación en la calle principal, llena de puestos. Una subida más hasta acercarnos a una pista de aterrizaje (Shyangboche) junto a un hotel de los que prefieren andar bastante menos y pagar bastante más (Everest View Hotel), y vuelta a bajar hasta Namche y el Kala Pathar, nuestro alojamiento.
Esa noche, en Namche, celebramos una pequeña fiesta con todo un lujo en Nepal, el jamón serrano que llevaba un montañero previsor, y tiramos el presupuesto por la ventana para acompañarlo de un poco de queso de yak, pan de centeno y unas cervezas.
Décimo día, de Namche a Phakding
La verdad es que pensaba que la vuelta iba a ser más fácil, pero tras cada bajada la subida se hacía más pesada. Paramos un rato a meter los pies en el río, al sol, convertidos en la envidia de todos los que pasaban, y comimos en la casa donde nos alojamos la primera noche del camino.
Seguimos, después, hasta el último alojamiento de la ruta, donde disfrutamos de unas buenas sopas de tomate y de setas, y de la conversación del dueño del lugar, que presumió de haber ganado un concurso de baile sherpa en Lukla.
Undécimo día, de Phakding a Lukla
Lo peor de las últimas horas de camino hasta Lukla fue la lluvia, que empezó a las siete de la mañana y parecía no tener fin. Así que nos encontramos con que no había vuelos en todo el día, hasta que escampó un poco y pudieron llegar avionetas desde Katmandú para algunos de los que esperaban desde hacía más tiempo.
Al día siguiente, el sol reapareció. El desconcierto en el aeropuerto era monumental. Colas de gente con montones de mochilas tiradas en el suelo, trabajadores corriendo y arrastrando tras de sí a turistas desconcertados… Parecía imposible, pero nos llegó el turno de volar.
Y lo hicimos entre nubes, así que no tuvimos el premio de las buenas vistas. A la llegada a Katmandú, tomamos un taxi con el que nos adentramos en un caos todavía mayor que el habitual de la capital. Los nepalíes celebraban el 1 de Mayo.
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