Iguazú, las cataratas de Argentina y Brasil

La última mañana en  Buenos Aires  durante  nuestro viaje por el Cono Sur , arrastramos las maletas hasta la parada del autobús 45, en...

Cataratas de Iguazú

La última mañana en Buenos Aires durante nuestro viaje por el Cono Sur, arrastramos las maletas hasta la parada del autobús 45, en la calle Bernardo de Irigoyen (paralela a la avenida 9 de Julio), para llegar al Aeroparque. Entonces comprobamos que habían retrasado nuestro vuelo a Puerto Iguazú un par de horas, pero nos recolocaron en el siguiente, que despegaba puntual. 

Sentados en diferentes filas, los dos junto a la ventanilla, vimos al mismo tiempo una nube de vapor de agua de las cataratas que apareció al acercarnos a Puerto Iguazú. ¡Qué emoción!

La empresa Four Tourist Travel anuncia, junto a las cintas transportadoras de las maletas y en la misma puerta de salida, el traslado a la ciudad por 40 pesos argentinos. Nos quedamos sin sitio y otra pareja nos propuso compartir un taxi hasta la terminal de autobuses (Avda. Córdoba, 179); así, fuimos por 30 pesos cada uno.

Cataratas de Iguazú, todo un espectáculo
Desde la Garganta del Diablo se observa un mirador de la parte brasileña de las cataratas

La compañía de autobuses Río Uruguay te lleva a la entrada de las cataratas de Iguazú por 60 pesos argentinos, ida y vuelta. Todas las agencias venden el mismo billete y aunque se hagan publicidad con la 'i' que crees de información y turismo, solo son agencias que venden lo mismo y al mismo precio, además de viajes organizados. Así que compramos el billete al suministrador original del servicio, Río Uruguay.

El billete no especificaba la hora de salida, así que madrugamos para intentar tomar el primero, que salía a las 8 de la mañana. Se nos escapó en las narices, pero estábamos los primeros para el siguiente. No tardamos mucho en comprar la entrada al parque (130 pesos), pedimos un mapa y caminamos hasta la estación de tren que lleva a la Garganta del Diablo. Los organizadores nos indicaron que camináramos hasta la segunda parada, pero había ya tanta gente esperando, que decidimos cambiar la estrategia y comenzar la visita por el circuito inferior, donde empezaron a aparecer monos y coatíes.

Una maravilla. Y cada nueva parada, más espectacular. El Salto Chico, las Dos Hermanas, Basetti… y, aquí, la primera ducha, más o menos improvisada. Decidimos subir a una lancha (150 pesos) para acercarnos a la base de una de las cataratas; nos dieron un chaleco salvavidas y una bolsa grande impermeable para las mochilas y todo lo que quisiéramos resguardar del agua. La primera aproximación a las cascadas se aprovecha para hacer fotos; luego, te llevan hasta las “gotas”. Acabamos empapados.
Gracias a una lancha, puedes acercarte casi hasta la base misma de las cataratas
Si te interesa, graban un vídeo de la experiencia. Aunque si llevas tu propia cámara, no te hacen ni caso. No hay tiempo que perder con quien creen que no comprará el vídeo.
Después del chapuzón, nos sentamos al sol para secarnos y disfrutar de las vistas de las cascadas, frente a la isla San Martín, que estaba cerrada por la crecida del agua. Aprovechamos para comer las empanadas que llevábamos en un lugar desde el que todos querían hacer fotografías (seguro que te suena la roca de la imagen que sigue a estas líneas, si has visto fotos de estas cascadas).
La isla San Martín, inaccesible por la crecida del agua (dcha.) y la piedra más deseada por los fotógrafos
Volvimos a la estación de tren para ir hasta la Garganta del Diablo. Una vez allí, cruzamos pasarelas y más pasarelas sobre el río Iguazú, del color del dulce de leche, debido a la cantidad de tierra que había arrastrado por las lluvias.
La Garganta del Diablo

Salía el agua disparada. En una palabraimpresionante. Tanto la Garganta, como el Salto de la Unión o los saltos que descubrimos a nuestra izquierda, una vez que pudimos despegarnos de la primera.

Volvimos después sobre nuestros pasos para recorrer el circuito superior y lo que veíamos nos seguía sorprendiendo. La perspectiva diferente de las mismas cascadas nos dejó con la boca abierta.

Tuvimos tiempo de sobra porque, además de la isla San Martín, también el sendero Macuco (un recorrido de 3,5 km que lleva hasta el borde del cañón del río Iguazú) estaba cerrado por mantenimiento. Habrá que volver.

Unas horas en Paraguay
Catedral de San Blas, en Ciudad del Este

Al día siguiente, decidimos descansar, desayunar tranquilamente y ver qué posibilidades teníamos para el resto del tiempo en Puerto Iguazú. Fuimos a la estación de autobuses: Río Uruguay viajaba también a Ciudad del Este, en Paraguay, por 15 pesos ida y vuelta y, en teoría, en 40 minutos. Pues allá que vamos.

De 40 minutos, nada. Había que parar en la aduana argentina, no en la paraguaya, por un acuerdo entre los dos países que considera que solo se sale del país para pasar el día y se vuelve. Muchos argentinos cruzan la frontera, por lo visto, para hacer determinadas compras, sobre todo de informática, porque resulta bastante más barato. Parecía un autobús urbano, sin asientos reservados, así que después del paso por la aduana nos habíamos quedado sin sitio. Pillamos luego un atasco para entrar en la ciudad y tardamos entre dos y tres horas. Queríamos ver algo interesante, pero el autobús te deja en la avenida principal, donde todos bajan a comprar. Nosotros dimos un paseo por la ciudad, visitamos la catedral de San Blas, y de nuevo, al autobús.

A la llegada a Puerto Iguazú, comimos en el restaurante Piacere una parrillada deliciosa, con carne tierna y mucho sabor (130 pesos, bebida y demás, aparte). La mejor de las que probamos en nuestra ruta por Argentina.

Las cataratas, desde Brasil
Un mirador en el lado brasileño te "mete" en las cataratas

La compañía de autobuses Crucero del Norte lleva a las cataratas del lado brasileño, por 60 pesos ida y vuelta. Saldríamos a las 8.10 h de la mañana (la vuelta, abierta, era posible hasta las 17 horas), después de que el comercial de la agencia pusiera cara de que no podríamos ver todo si salíamos a las 10 de la mañana. Nos acordamos de la agencia que ofrecía una excursión de tres horas a las cataratas, más Ciudad del Este y una presa famosa, Itaipú, y donde nos dijeron que con tres horas era más que suficiente...

El conductor del autobús a Brasil era un argentino con porte de piloto de aviones. Nos contó que Argentina y Brasil han firmado un tratado y que por eso no se para en la aduana del otro país, solo te controlan en la propia para ir a las cataratas. Y nos habló de las diferencias que él veía entre la permisividad argentina con las infracciones de tráfico y el estricto control brasileño de los límites de velocidad o el uso del cinturón de seguridad.

Cruzamos el puente de Tandres sobre el río Paraná, una mitad con bandera argentina, la otra, con bandera brasileña. Y llegamos cuando aún no habían abierto el parque, pero la gente ya se agolpaba en una larga fila. Salía más barato pagar en dólares que en pesos argentinos, que era un disparate.

A la entrada, un bus espera. Tras varias paradas, el trayecto termina en un hotel desde el que comienza el circuito, por lo que se concentra demasiada gente en ese punto. Mereció la pena, de verdad, porque ves las cataratas enfrente, en conjunto, y emociona. Gracias al mirador, además, te cuelas en medio del agua, casi hasta el pie de la Garganta del Diablo. Y cuando el vapor de agua se diluye un poco, avistas el mirador argentino en el que has estado hace apenas dos días.


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