Historia, cultura, tradición... son muchas las razones por las que quería viajar a Tierra Santa y, en especial, a la ciudad de Belén. No podemos olvidar que uno de los momentos más esperados del año en gran parte del mundo es la Navidad, que, aunque se haya convertido en un símbolo de comilonas, regalos y derroche, supone la celebración del nacimiento de Jesús de Nazaret.
Sorprende la entrada a la iglesia, muy reducida, al parecer, por motivos defensivos, y la sencillez de su interior. Guarda varios tesoros, como los mosaicos del suelo de la época de Constantino y los que aún lucen en la pared del templo, estos de tiempos de las Cruzadas.
¿Pero qué buscamos todos? La Gruta de la Natividad: dos escaleras a ambos lados del altar llevan a la cueva en la que una estrella de plata de 14 puntas, con la inscripción latina 'Aquí de la Virgen María Cristo nació' y rodeada por lámparas de plata, señala el lugar del nacimiento de Jesús.
La gruta da acceso, a su vez, a varias cuevas que se conectan entre sí: la gruta de San José, la de los Santos Inocentes y la dedicada a los santos Jerónimo, Paula y Eustoquio.
La basílica, de la que se dice que es la iglesia más antigua de Tierra Santa que todavía se utiliza, forma parte de un complejo monumental de edificios religiosos: un convento franciscano, sobre un antiguo monasterio de los cruzados, y la Iglesia católica de Santa Catalina, que fue en origen una pequeña capilla del convento, y que da al conocido como claustro de San Jerónimo.
Centro histórico
Este conjunto monumental con apariencia de fortaleza se encuentra en una céntrica plaza de Belén a la que se llega por la calle Manger ('pesebre', en castellano) y que también da nombre a la plaza.
Comparte este espacio, además, con Casa Nova, un albergue para peregrinos que gestionan monjes franciscanos; la mezquita de Omar, el único templo musulmán de la ciudad, y el Centro de la Paz, que ofrece información turística y diversas actividades culturales, además de incluir una tienda de regalos.
El Muro
No se puede hablar de Belén sin mencionar el Muro. En una época en la que los muros, ya levantados o prometidos para el futuro, se multiplican, parece que nos hemos olvidado del que separa a palestinos de sus propias familias, de sus lugares de estudio, de trabajo...
Los turistas no tenemos ningún problema en cruzarlo. Ni siquiera por el famoso Checkpoint 300, que controla el paso desde Jerusalén a Belén y a la inversa. Permisos especiales, largas filas, registros continuos son los obstáculos a los que se someten, día tras día, miles de palestinos.
Y mientras este sigue en pie, sin que nadie sea capaz de parar la construcción de más kilómetros de hormigón o de vallas (y mucho menos, de tirarlo), otros siguen este camino de dividir países, culturas, religiones, pero sobre todo, personas.
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